Diario de un Proyecto a Rosario.

Mi historia.

Nací en el año 80. En el límite de la dictadura y la democracia. Demasiado pequeña para recordar la guerra de Malvinas y demasiado grande para obviarla.

Soy de la generación sándwich. Esa que vivió a los militares pero que realmente no los experimentó.

Como soy hija única nunca tuve la oportunidad de compartir experiencias por las noches con un hermano o hermana. Me limitaba a tener, de vez en cuando, una compañerita que se quede a dormir en casa.

Mis papás tenían una extraña obsesión: todos los findes de semana agarraban el auto, subían un par de bártulos y a mí y visitábamos ciudades pequeñas y cercanas a nuestra locación. San Antonio de Areco, San Miguel Del Monte, Magdalena, Capilla del señor, Zarate, etc.

No había fiestas familiares, amigos, no había absolutamente nada que los parará. Ellos lo único que querían era conocer lugares y tomar mates en el auto mientras manejaban por la ruta al ritmo de alguna canción. Un día manejaba mi mamá y un día manejaba mi papá. Así íbamos conociendo gente nueva, conociendo lugares nuevos, conociendo rutas nuevas. Nunca pero nunca repetíamos localidades. Mi papá decía que era una forma de crear recuerdos para que quedarán en la mente. Mi mamá decía que era bueno para cuando fuera grande pudiera volver a visitar algunos de los lugares que más me habían gustado.

Hubo un solo lugar que nunca pudimos visitar: Rosario.

Cada vez que queríamos ir a Rosario algo pasaba. Una vez se rompió el auto. Otra vez pinchamos una rueda. Otra nos quedamos sin nafta en el medio del viaje y en una ocasión cayó enferma la abuela. Íbamos haciendo planes y siempre pasaba algo que nos impedía concretar el viaje.

Mamá pensaba que Rosario se hacía desear, que era una ciudad tan maravillosa que en cierta forma quería que esperáramos un poco más para conocerla.

Papá tenía sus reservas. ¿Vieron ese dicho que dice “no creo en las Brujas, pero que las hay las hay”? Él a veces decía que le sonaba medio raro que cada vez que quisiéramos viajar a Rosario pasaba algo raro, como que había un “no sé qué” que nos impedía llegar hasta allá.

Para encontrar un punto medio un día mis viejos decidieron que lo mejor era tratar de ir en tren. Compramos los pasajes un día antes cosa que no hubiera problemas si se cancelaba el servicio y para asegurarnos lugares. Además, así podríamos elegir mejor la fecha para ir. La primera vez que intentamos no llegamos ni siquiera a la estación. La segunda vez llegamos, pero el servicio se canceló en ese momento. La tercera vez estábamos en medio del viaje y el tren descarriló. Por suerte no hubo heridos. Así que decidimos que por ahí el tema tenía que ser por bus.

Fuimos a la estación de micros de retiro, sacamos 3 pasajes de ida y vuelta. La primera vez el micro no salió. La segunda vez el micro pincho rueda y la tercera vez tuvimos un accidente con un camión. De nuevo no hubo heridos.

Era todo muy raro. No era como decía Fito Páez que Rosario siempre estuvo cerca. Para nosotros Rosario era imposible. Se alejaba cada vez más.

Un día las cosas cambiaron.

Mamá y papá esta vez no me incluyeron en su viaje. Me dijeron que lo mejor era que me quedara con mis primos, que ellos iban a hacer un viaje de adultos y que, como era verano, lo mejor que podía hacer era disfrutar de la pileta de mi tía. Así partieron rumbo a Rosario.

Se suponía que cuando llegaran a la ciudad nos iban a llamar para avisarnos que estaba todo bien. Nunca llamaron. Nos pareció raro, pero también pensamos que por ahí la estaban pasando tan bien en esa ciudad tan deseada que no nos detuvimos demasiado a pensar. El sábado tampoco hubo contacto. El domingo a las 12 esperamos la llamada. 13. 14. 15. Eran las 16:00 y todavía no teníamos noticias de ellos.

Mi tía llamó a la policía para saber si existía algún accidente y no nos habíamos enterado.

Mi tío tuvo la idea de llamar al lugar que habían reservado para pasar esos días. Los dueños del lugar nos dijeron que no había llegaron, que les pareció extraño porque habían pagado por adelantado.

Nunca más volvimos a ver a mis padres.

Hicimos marchas, aparecimos en la tele, hablamos con intendentes, con políticos. Hablamos con el gobernador de Buenos Aires y hasta llegamos al presidente. Nunca tuvimos respuestas.

Siempre hubo algo raro que me hacía dudar de lo que había pasado. Cada vez que hablábamos con alguien y mencionábamos que el problema había sido en Rosario o en camino a Rosario, las caras cambiaban. Había gestos misteriosos, como que ciertas personas conocían que algo extraño pasaba en Rosario, pero nadie nos quería contar.

Una vez, siendo yo más grande, empecé a contactar a gente que leía el tarot y las energías. Videntes, gente que decía que con rituales podía saber qué les había pasado a mis papás. Sólo una de esas personas que contacte me dijo algo que me resonó: en Rosario pasan cosas raras, desaparecen personas. En ciertos momentos del año Rosario se transforma en un agujero negro donde nadie sabe que sucede.

Siendo adulta invertí mi tiempo en investigar los sucesos paranormales que ocurrían en Rosario. ¿Y si realmente era como esta vidente me había dicho? Cada vez que desaparecía a alguien en Rosario nadie sabía más nada. No había más contacto. Familias enteras. Contingentes de chicos. Contingentes de jubilados que iban de vacaciones.

Muchas personas se burlaban de mi investigación, pero para mí era algo personal. Necesitaba saber qué había pasado con mi progenitores.

Así que un día hice un bolso con un par de cosas, alquilé un auto y emprendí mi camino a Rosario.

Supuestamente se llega en cuatro horas si uno maneja tranquilo.

Día 45 del viaje.

Ayer paré en la misma estación de servicio que paro cada cinco días. Los que atienden ahí me pidieron que desista, me aseguraron que no lo voy a lograr.

Los mapas dicen que, supuestamente, de acá a rosario solo hay diez kilómetros. Esos kilómetros se vienen multiplicando por mucho hace días. Por un lado, es insoportable, por otro, tengo miedo.

Por lo que leí en algunos blogs en la Deep web, que antes de llegar a la ciudad se siente un olor a humo. Ayer pude sentirlo por algunos instantes y después desapareció. En ese momento supe que se había alejado.

Día 49 del viaje.

Hoy es el día. Hoy siento que es el día en que voy a llegar a Rosario. Ya van tres veces que sentí el olor a humo en el ambiente.

Antes de ayer pude ver la forma de un arco al final de la ruta, pero un viento la hizo desaparecer, junto con el aroma ahumado de la tarde.

Tengo una nueva estrategia: voy a manejar hasta que vea el arco nuevamente. En ese momento me voy a bajar del auto y voy a caminar. No sé porque, pero siento que el ruido del motor espanta a la ciudad.

Día 57 del viaje.

Tenía razón, el ruido del motor del auto hace que desaparezca más rápido la entrada a la ciudad. Hoy por la mañana logre leer “Bienvenidos a Rosario” en el arco. Tenía razón.

Día 63 del viaje.

Estoy acá. No lo puedo creer, estoy escribiendo enfrente de la entrada a la ciudad. Llegué Lo logré. Estoy ansiosa por saber si mis padres están acá. Lo único que me asusta en la niebla que esta unos metros pasando el arco.

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Este diario fue encontrado al costado de una ruta en la ciudad de San Nicolás. Fue publicado por Diario del Norte con la esperanza de encontrar a su dueña y así poder entender que fue lo que pasó.

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