Escritura

Cuando empecé a escribir tenía siete años. Empecé escribiendo pequeñas líneas dedicadas a nadie o a mi. Siguieron los poemas a mi primer amor, mi mejor amigo de la primaria. Luego, en la secundaria se convertirían en cosas más puntuales, cosas más serias. Cuentos fantásticos, historias románticas que cuando las leo hoy me parecen TAN petes que lloro de la risa.

Después vino la etapa teenage angst, odiando al mundo por mi adolescencia y mis sueños incumplidos. Continuaron los poemas, pero esta vez a una nada y a un todo que me circulaba todo el tiempo. Desengaños amorosos, deseos inconscientes y coquetear con la desaparición del uno mismo todo el tiempo.

Luego llegó una etapa latente, donde las palabras desaparecieron y me transformé en un ser humano, aparentemente, normal y dejé de escribir. Supongo que fueron siete años, lo que duró la relación más formal que tuve.

Ante la ruptura surgieron en mis necesidades, esas que siempre estuvieron pero que traté de no reflotar, y mi única forma de escape fue escribir las (malas) experiencias que iba teniendo en la nueva etapa de soltería, con hombres dañados (tanto o más que yo). La forma? Graciosa. Risas, burlas, ironías y sarcasmos como válvulas  de escape ante un nuevo mundo.

Llego la depresión y las historias negras, los llantos. Llegó más tarde el insomnio y con él una nueva forma de relacionarme con la página en blanco y empecé a publicar mis cosas. Primero para mí, después para la gente a mí alrededor, para finalmente abrirlo para aquellos que quisieran leerlo.

Finalmente llegó mi nueva carrera, finalmente llegó Letras a mi vida y mi forma de escribir cambió, se moldeó, y esa piba divertida ahora se había transformado en alguien más serio. Por lo menos a la hora de trasladar al papel. Llegó esa necesidad de escribir metáforas y en vez de reír, las cosas comenzaron a tener pesos simbólicos que iban más allá de la burla. Algunos lo entendieron, otros no. Me quedo con lo que yo construí desde cero.

Me quedo con la parte de la evolución, la parte de llegar a un lugar estable, donde escribo lo que quiero para mí, lo que siento yo, esa búsqueda eterna para poner en palabras sentimientos cargados de emociones indescriptibles. Me quedo con la parte adulta en la pantalla y aniñada en la vida real, con esa juventud fluctuante, de momentos jocosa y en otros torturada.

Todos evolucionamos. Siempre de forma diferente, pero evolucionamos hacia otra cosa. A otros nos cuesta menos evolucionar y es más visible, otros se toman su tiempo y el cambio es interno.

Como en la escritura, mis cambios fueron metamorfosis de piel. Fueron variando con los años y conforme las cicatrices que iban dejando las personas, los lugares y las situaciones.

Mi escritura fue cambiando porque mis necesidades cambiaron. Antes solo necesitaba desaparecer del mundo, irme a otro lugar y no pensar, por eso las risas. Hoy necesito tener los pies sobre la tierra, necesito pensar, razonar, reflexionar y no puedo hacerlo si no vivo el ahora. Maduré, mis pensamientos también maduraron. Mi escritura maduró, cambió, se transformó en mí.

Siempre soy una. Siempre soy lo que se lee. Alguien que busca preguntas, no respuestas.

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