Pocas cosas en el mundo son tan tristes como saber que ya no hay solución o vuelta atrás.
Una separación. Sentarte frente al otro, mirarlo y saber que ya no es lo mismo, que ya no hay amor o respeto o confianza. Saber que no es lo mismo que antes y que te duele y que se termina y no hay vuelta atrás y ya no está en tus manos ni en las manos del otro, porque ya no hay nada.
Cuando se rompe una amistad. Cuando las cosas que los unían son las que los separan, cuando hay una traición, una desconfianza, y mirás a la otra persona de lejos y pensas “si tanto quería a esta persona y ahora no es más que alguien absolutamente ajeno que no conozco”. Una decepción, una mentira, o por ahí la simpleza de un cambio. Y ahí de nuevo, ya no esta en tus manos ni en las del otro. Ya no queda nada más que guardar los buenos recuerdos, dejar ir los malos para poder seguir y desear buena fortuna.
Y finalmente ese momento cuando alguien de blanco se te acerca despacio, se te sienta al lado, y directamente no dice nada. Solo te mira y luego baja los ojos. Y con ese silencio entendes todo. Entendes lo que antes no entendiste, lo que nunca comprendiste y ahora es tan simpe que las palabras sobran. Ese momento terriblemente extraño, que no te pertenece ni a vos ni a nadie, donde te enteras que vos no podes hacer nada. Que no podes correr, buscar, llamar, porque simplemente no tenés el poder o las soluciones bajo la manga. Creo que ni la muerte te hace sentir tan impotente, porque la muerte es eso, muerte y es un final y es algo definitivo. Pero lo otro, el sueño ¿definitivo?, y mirar que respira, y saber que respira y escuchar una máquina, un latido ¿artificial?, y sentir que hay calor, que esta, pero al mismo tiempo no está, y de nuevo aparece esa impotencia, ese dolor, de saber que no sabes nada y que no podes hacer nada, y como todo se extingue lentamente. Y se extingue el otro, y un poco también te extinguís vos, una luz se apaga, algo desaparece. Cada vez que alguien que amas se apaga, una parte de vos se apaga. No quiere decir que te quedes sin luz, pero algo se apaga. El único deseo que pedís es que no sufra, que no haya dolor, que no sienta lo que vos sentís, que no vea lo que ves y que haya paz. Esa paz de dormir definitivamente.
Cuando amas a alguien, cuando queres realmente a alguien, no solo queres que sea feliz, queres que no sufra y haces todo lo posible para evitarlo. Y por ahí, quizás, tenés un poder. Chistes, anécdotas, un mate, acompañar, un abrazo, una palabra, pero al fin y al cabo, intentarlo. Puede ser que sea una ilusión de poder, por ahí no exista, pero mientras ese espejismo este vivo, tenemos la esperanza.
El “no hay vuelta atrás” es triste, duro, es un agujero negro.
Hoy me miraron a los ojos, y me dijeron “te quiero”. Aunque no lo haya dicho, yo se que lo siente, porque la verdad muchas veces brilla y no necesita sonidos.
Vos hoy no me podes ver… pero guardo la esperanza que me puedas oir, y que puedas oírlo fuerte y claro: te quiero, desde lo profundo de mi ser, gracias por las anécdotas, las historias, por contarme cosas que no viví, por mostrarme lo que es el esfuerzo, por los saladitos, por los asados, por las sonrisas, por estar tan emocionado por mi viaje (a veces más que yo), por sostenerme y abrazarme en el momento más duro, por hacerme reír cuando mirábamos los partidos del cuervo, por demostrarme que a las personas no se las mide por las palabras, si no por las acciones.
¿Es muy trillado decir que hagamos más y hablemos menos? Yo voy a intentar hacer. Hacer todo lo que puedo, para ser y hacer feliz, porque esto de la impotencia, definitivamente no es para mi.