La vida es así como algo muy loco, se dieron cuenta?
Nunca dejamos de depender de nadie, siempre necesitamos de “alguien” para que nos ayude o nos de una mano.
Hay un dicho bíblico que dice “del polvo venimos y al polvo vamos” (podría tomar esa frase con muchos dobles sentidos, pero vamos a dejarla en el aire, así, flotando, para que cada uno haga sus chistes propios). Según esa frase, y de acuerdo a como uno la interpreta, podría decirse que nacemos de la tierra y vamos a ella (a mi no por favor, a mi me creman, gracias). O también podríamos interpretarla diciendo que nacemos y morimos solos, LO CUAL ES UNA PUTA MENTIRA.
Cuando naces, las madres necesitan que un equipo entero la ayude, obstetra, anestesista, partera, el instrumentador, y algún que otro vago que ande por ahí. Si, es verdad que en la antigüedad las mujeres parían solas, pero, hello, estamos en el S XXI y hoy las mujeres necesitamos de un grupo de personas que nos ayude a sacar el pibe (ya van a saltar, lo sé, las fundamentalistas del parto respetado, el parto no se cuanto y no sé qué poronga), así que tiramos por tierra que nacemos solos. Nacemos rodeados de personas que nos pesan, nos miden, nos toman la temperatura, nos limpian y todo eso.
Cuando sos bebé, necesitas de alguien para que cambie, te vista, te limpie, te alimente. O sea, que básicamente sos un ente que está ahí, que no puede hacer nada y depende de los demás para seguir viviendo (a todo esto, el bebé necesita amor, pues está comprobado que todos aquellos bebés que sufren de carencia afectiva, o mueren o se transforman en psicópatas. Agregame algo más a la lista de necesidades).
Cuando sos un niño, necesitas que te lleven a la escuela, que te ayuden a alimentarte, cariño, atención, ropa y otras tantas cosas más (que es verdad, no muchos la tienen… pero así es como estamos).
Mediante vas creciendo, vas necesitando más y más cosas (y no hablamos de lo material). Amigos, familia, alguien con quien relacionarte, enamorarte, amar, ser amado. Por supuesto que también necesitamos plata para cubrir necesidades básicas ( y no tanto). Así que continua la mentira: somos seres necesitados.
Finalmente, uno envejece. Y es aquí a donde quiero llegar.
En un momento (no sé cuándo) de repente nos convertimos en los padres de nuestros padres. Se da vuelta todo y empezamos a ser nosotros los que corremos.
Tomemos el ejemplo de hoy. Cinco de la mañana suena el teléfono de línea (si, todavía se usa). Primero pensé que estaba soñando, pero después de varios ring de insistencia entendí que era real. Salí corriendo de la cama (me choqué con, aproximadamente, el 90% de los muebles que tengo, incluido el dedo chiquito del pie, obvio) y atendí. Era mi madre, que acusaba dolor de pecho y palpitaciones (y es ahí donde uno de repente flashea “muerte, destrucción y piedad”). Cuestión que corto con ella, llamo a la re miseria (perdón remisería) del barrio, y mientras voy pensando que la voy a encontrar tirada en el piso, en un charco de sangre (porque metí la sangre en el medio, ni idea), con una mano saliendo del cuerpo y pidiendo ayuda (si, estudio literatura, leo mucho).
Armo el bolso, llega el remis, me subo, le digo enfáticamente (con lagañas en los ojos y bastante dormida) que se apure que mi vieja se muere.
Llego a casa de mi madre, pensando en cómo iba a ser el velatorio, quien lo iba a pagar, y esas cosas y la encuentro sentada, con el bolso preparado para ir al hospital (táchame la sangre, el velatorio, las llamadas a los familiares y eso) y me pregunta: Porque tardaste tanto? Me siento mal.
Llamo a otro remis, nos pasa a buscar, llegamos a la clínica y entra en guardia.
Los viejos (si, mi mamá ya es vieja) conforme pasa la edad, se vuelven inútiles y como que se ahogan en un vaso de agua (entre otras cosas, porque además de eso, se vuelven insoportables, fachos, pierden la paciencia y ganan la capacidad de quejarse de todos y con todos).
Así que ahí fui yo, corriendo por la clínica, buscando órdenes, papeles, obleas de PAMI (porque para que sepan, los viejos necesitan muchas copias de eso), resultados, hablar con los médicos, llevarle los resultados a los médicos. Y de repente flash (no, no era la chica del bikini azul), me di cuenta que me había transformado en la mamá de mi mamá. Que estaba haciendo lo que ella hacía por mi treinta años atrás.
Entonces, lectores, pindonga que no necesitamos de nadie. Pindonga que podemos con todo solos. De una forma u otra, siempre necesitamos y necesitaremos que alguien nos ayude. La teoría, como se ha comprobado millones de veces, no es igual a la práctica y por más de que digamos que no necesitamos de nadie, en algún momento nos va a caer la ficha de que solos no podemos.
Lo importante es tener eso presente y limitarse a no romper mucho los quinotos.
Por mi parte, voy a acumular plata (se… claro…) para internarme en una clínica geriátrica atendida por jóvenes de treinta años que me apantallen, me hagan masajes, me lean y me cambien el pañal.