Parece ser que me equivoque en todo. De época, de lugar. De ojos de miradas, de dedos, de palabras. Absolutamente todo está equivocado.
Poner en el lugar incorrecto las expectativas, la espera el aliento y las palabras también.
De cuerpo y de alma.
Todo parecería estar corrompido por el desgaste de las horas, de los minutos, de los segundos, a la espera de que algo suceda. Algo que parecería claro no va a suceder.
Tengo cansada la mente. No así el cuerpo que pasa horas encerrado en paredes de espejos alumbrándome, diciendo “esta sos vos y no hay escapatoria”. Encerrada en murallas plateadas que reflejan hasta el último defecto que quiere ser escondido.
Tengo cansado el cerebro que pide a gritos que pare el mundo, que deje de dar vueltas porque la cantidad de información que existe marea en demasía.
Y por otro lado está la palabra que empieza con m. Atormenta absolutamente todo. Se paran los pelos del brazo cuando la pienso porque me siento tan cerca de la terrible letra, que a veces tengo miedo de romperme.
Piel de pozos, piel blanca, piel escamada y todos los defectos habidos y por haber en el mundo. Todo se refleja. Todo se ve. Inclusive lo que no quiero que se vea.
A veces son esmerilados, a veces polarizados y otras transparentes. Esa transparencia clara y manchada de las gotas de agua. Esas marcas que quedan cuando el sol seca lo húmedo. “Pasale un trapo, que no se manche, que no se marque, porque si le pasas un trapo queda limpio”.
Es inagotable todo. El esfuerzo, la fuerza, las ganas, la decisión. Pero todo queda trunco ante la mirada invisible. Esa que juzga y señala y quema y no perdona el tropiezo. Loco es que esa mirada es la propia. La más cruel, la indefinida, la definición de todo lo que está bien o mal. Loco es que sea la propia piedra la que pese tanto.
Inclusive es el frío lo más caluroso. El frio que obliga a capas y capas y capas de cosas para que recubran algo que no tiene solución, que es indisoluble.
Elvira Pone Los Fideos 