Tan mierda es el ser humano? TAN? Como puede ser que las personas sean tan cacas?
Perdón si estas palabras no cuadran con mi imagen de mujer femenina y dulce o si no encajo en los modelos típicos de niña bien que no dice malas palabras, se comporta como es debido y hace las tareas del hogar. Que me disculpen los soretes del mundo que andan por ahí perdidos, sentenciando como se debería comportar un ser humano del sexo femenino, que me disculpen todos, pero en este momento, lo único me sale es escribir o mi cabeza va a explotar en mil pedazos.
No escribo ni jamás escribí para nadie. Siempre escribí para mí y porque es la mejor forma que tengo para descargar cosas, para sacarme de encima situaciones que a veces son graciosas y otras no tanto. Hoy es no tanto.
Cuanto hace que venimos con las marchas del #NiUnaMenos? Cuanto hace que venimos con el temita de la violencia de género? Cuanto hace que sabemos las cosas por las que pasan las mujeres? CUANTO? Bueno, parece que importa una reverenda mierda el tiempo que hace que tocamos estos temas. No importa cuántas veces lo hablemos, leamos o presenciemos situaciones donde las minas son cagadas a palos, quemadas, asesinadas, denigradas, insultadas, violadas. No importa nada, porque al final del día lo único que sale de las bocas es: “Pobre”. O en todo caso: “Porque nadie hizo nada?”, “Porque nadie la ayudó?”, “Que mina boluda. Porque no se fue antes?”. Simple, pedazos de porquería: Porque el no te metas, no es asunto tuyo, está instalado en la sociedad forra que tenemos.
Presencie episodios de violencia. Se como esos cagones se manejan. Porque son cagones. Porque cuando los enfrentas, las pelotas y el pito se le meten adentro. Porque son machitos cuando están solos o en una situación de poder donde saben que la pueden ganar. Porque después, si los enfrentas, si les demostras que no tenes miedo, se quedan sin nada, porque se alimentan del miedo.
Hoy me di cuenta de porque estamos en esta situación de desidia y violencia extrema. Bah… darme cuenta es una forma de decir (porque en realidad ya lo sabía), en realidad lo confirmé. Confirmé que somos una sociedad enferma.
Hoy llegué a casa temprano. Tuve la suerte de que mi amiga me pasara a buscar por el laburo. Estoy en la etapa: Finales de facultad. Por lo tanto, los grupos de estudio son lo que me ayuda a enfocarme. Tengo la concentración de una mosca de la fruta. Me distraigo de nada, así que estudiar con amigas me ayuda.
Estaba en plena concentración escribiendo una monografía, cuando escuchamos gritos que venían de la calle. No es anormal escucharlos. A la vuelta de casa hay un conventillo y los pibes pasan siempre haciendo bardo. A eso súmenle que enfrente hay una pizzería donde se juntan los amigos del dueño (pibes jóvenes también), que siempre hacen ruido. Lo diferente de estos gritos (a las ocho de la noche) es que no eran de una bandita de pibes. Los gritos (y un llanto que distinguía en los brevísimos momentos de silencio) eran de un hombre. Bah, hombre. Un ser con pene, porque ni ser humano puedo llamarlo.
Los gritos del flaco decían: “Hija de puta, yo te voy a enseñar, puta de mierda, me debes todo, yo te saque de la calle, puta, te voy a matar, hija de puta, mierda…” Y así durante diez minutos o cinco o una hora… no se… para mi parecieron años.
Mi amiga me miró y me pregunto si era momento de llamar a la policía. Le contesté que esperara. Le dije que sostuviera a la perra por si se escapaba y salí a la puerta. La escena que vi no era desconocida, y al mismo tiempo era tan cruda, tan fuerte y tan triste que me llené de bronca.
Un tipo alto, ponele que un metro noventa, con el brazo levantado y un cascote en la mano. Gritando. Gritando y gritando. Una mujer, en cuclillas, hecha una bolita apoyada contra la pared. Temblando.
Y mientras la cosa esa le gritaba.
Me di vuelta, la miré a mi amiga y le dije que cuide a Atenea.
Yo, una cosa de un metro cincuenta (porque mido un metro cincuenta), una mujer que no puede abrir un tarro de mermelada porque no tiene fuerza, crucé la calle y agarré a la mujer. “Puta de mierda que te metes, andate a tu casa o te mato, no es problema tuyo, no te metas gorda puta, gorda de mierda, la concha de tu madre”
Agarré a la mujer del brazo, y la vi que estaba llorando, en un ataque de nervios. Me di cuenta que tenía una pierna inmóvil. Después me dijo que le había pegado un ladrillazo en el pie.
La ayudé a levantarse mientras el forro me gritaba a mí y a ella. Mientras la ayudaba a cruzar, me di vuelta, y aunque tengo una voz dulce, seseo y parezco tonta, no lo soy. “Que te pasa la concha de tu madre, cagón de mierda, te crees que te tengo miedo hijo de puta? Te crees que yo te tengo miedo, forro?” Y saben que pasó? Lo mismo que pasa con todos los cagones que tienen pito chico y no tienen pelotas. Se echó para atrás y se fue.
María (porque entre sollozos me dijo que se llamaba María) no paraba de llorar.
Los forros de la pizzería estaban en la puerta con una botella de coca en la mano. Seis tipos. Seis hombres observando como a una mujer le pegaban, le gritaban y la denigraban, y ellos ahí, como panchos, mirando. Como puede ser que tenga que ser yo la que se ponga a separar una situación así? Como puede ser que seis tipos no hayan cruzado la puta calle y ofrecerle ayuda a María? Como puede ser que haya doce testículos al pedo? Hombres, con el doble de fuerza que tengo yo, que miden al menos treinta centímetros más que yo, que son seis, ahí mirando. Cualquiera pensaría que les faltaban los pochoclos.
María mientras tanto no paraba de llorar. Nos sentamos en el cantero. La abracé, le pedí que tratara de serenarse. Y los seis forros ahí, mirándome. “Ya que están al pedo, porque no me traen unas servilletas y un vaso de agua, si no es que les pesan las bolas, claro” (En situaciones extremas suelo ser un poco violenta y autoritaria… perdón si no cuadra en la idea de mujer fina y sensible…). Los boludos de la pizzería reaccionaron y trajeron las servilletas y un vaso de agua (mientras alrededor estaba lleno de gente a chusmear que pasaba, porque para eso sí. Para eso todos salen de la casa).
Al rato cayó una vecina que había visto la escena y el marido fue a buscar al tipo. A los diez minutos cayó un patrullero (que me juego la vida había ido a buscar pizza y se encontró con semejante escena). Mi vecina y yo hicimos que pare. Estuvimos los tres (un oficial, mi vecina y yo) tratando de convencer a María para que haga la denuncia. Nos enteramos que le había pegado con el cascote en el pie y en la mano, tenía el brazo lleno de moretones. El oficial (no puedo creer lo que estoy a punto de contar) se encargó de tranquilizarla. Le habló super bien, la ayudó. Le ofreció ir a buscar los documentos a la pensión donde vivía y llevarla a la comisaria de la mujer a radicar la denuncia. Le ofreció también llevarla al hospital si era necesario. Le dijo que si no hacía la denuncia, no iba a parar nunca, que por algo tenía que empezar, que no podía dejar que la tratara así, que ella no lo merecía, que él la iba a ayudar.
Finalmente la convencimos, y María se subió al patrullero.
Antes de eso, me abrazó y me dijo gracias. No creo en Dios, ni en super héroes, no creo en la salvación, y cada día creo menos en el ser humano. Pero si creo en ese gracias.
No sé qué pasará con María. No sé si realmente seguirá con la denuncia. Si se va a separar o en que va a terminar todo. Lo que si sé y de lo que estoy segura, es que si dejamos que las cosas sucedan, si no intervenimos en esas situaciones, si seguimos con miedo o vivimos con “el no te metas”, nada va a cambiar. No vamos a cambiar como sociedad, no vamos a evolucionar, y nos van a seguir matando, y vamos a seguir muriendo, y todo va a ser al reverendo pedo. Porque hoy fue esta mierda, pero el mundo está lleno de estas mierdas, y si no intervenimos por las víctimas, entonces somos cómplices de esos que pegan y matan.