Quien es cada uno esta escrito en el cuerpo.
Una de mis películas favoritas de todos los tiempos es El eterno resplandor de una mente sin recuerdo. Más allá de las actuaciones y la historia de amor, lo que siempre me llamó la atención de esa película es el tema que subyace, su trama. Ese deseo de olvidar o de borrar recuerdos dolorosos con los que creemos que no podemos seguir a cuestas o que creemos que no nos dejan seguir. ¿Qué son los recuerdos si no momentos vividos?
Ahora bien, ¿por qué queremos olvidar o borrar cosas? ¿Qué es lo que nos impulsa ese deseo de pasar por alto cosas que vivimos?
Tengo la firme convicción de que los recuerdos son parte de lo que somos, malos o buenos, dolorosos o felices, son parte de nuestra historia, de lo que nos hemos convertido. Nuestros familiares, los amigos, nuestros amores, los libros, la música, todo es parte de la constitución de nuestro ser. De la misma manera, los recuerdos son esa parte constitutiva de la personalidad.
Cuantas veces hemos escuchado decir o incluso nosotros hemos pedido «olvidar» las cosas que nos hacen mal; que terrible sería que eso pasara, pues mataría una parte de nosotros y agregaría espacios en blanco que no servirían de nada.
Que trágico sería borrar recuerdos, que trágico sería borrar parte de nuestra vida por una sensación de dolor, cuando son los dolores los que nos hacen moldear el temple.
Imaginen lo funesto que sería olvidar un dolor o una situación dolorosa. Yo veo dos caminos posibles con un mismo fin calamitoso.
Imaginen haber pasado por algo triste, sea lo que fuese, y olvidarlo. Una opción sería perder esa vivencia, por lo tanto, existiría la posibilidad de pasar por ella de nuevo y sufrir de la misma manera, o quizás más que la primera vez, no teniendo la fuerza ni la entereza para sobrellevarlo, no teniendo la experiencia de haber pasado por ese dolor. Nos volvería a doler como si nunca hubiese existido.
Los dolores, los grandes o pequeños dolores, esos recuerdos tristes que a veces nos rompen en mil pedazos, ayudan a hacernos más fuertes, a soportar más, a caminar erguidos. Por otra parte, imaginen otra situación: el olvido de ese particular hecho, pero la otra opción ahora es nunca pasar por eso, jamás, no tener la vivencia del hecho en cuestión. Entonces eso querría decir que vamos a contar con la falta de algo. Vamos a estar completamente desprotegidos de lo que fuera que abarcara ese dolor, por lo tanto, fallaríamos en otras áreas.
Olvidar no es símbolo de fuerza, es símbolo de debilidad. Querer olvidar o desearlo es sinónimo de cobardía, de no aceptar lo que ha pasado y querer ser débil. Ambicionar el olvido es sinónimo de querer ocultarse detrás de sombras. Creo yo que no hay persona más fuerte y valerosa que aquella que capitaliza las tristezas y las transforma en ganancias. Creo yo que no hay persona más valiosa que aquella que transforma las experiencias dolorosas en algo maravilloso y es capaz de aprender de todo eso.
Quedarse con todo, lo bueno y lo malo, y transformarlo, capitalizarlo, hacerte dueño o dueña de todo. Escapar, escapan los cobardes, los miedosos, los que no se animan a a dar un paso más.