Se despidió, asi como así, un día donde las sombras apenas tocaban el suelo y la luz atinaba a salir. Veía el cielo en esa mezcla de colores impasible. Violetas, lilas, rosas, rojos, naranjas y el celeste qué luchaba por aparecer.
Dijo adioses tan inverosímiles que élla temía por su propia salud mental, pero aún así lo dijo, lo hizo y el humo cubrió la atmósfera.
Se quedaron mirando el pavimento un tiempo. Nunca supieron cuanto. Minutos, días o años. El tiempo y el espacio era algo tan relativo. Un concepto tan abstracto y absurdo que nunca se pusieron a contemplarlo.
Estar era como el agua, algo tan natural como respirar pero al mismo tiempo ahogaba. Se perdian en las piezas que faltaban y lo sabía. Puede ser que ella desconociera las implicaciones de empezar de cero pero él lo sabía, tenía bien en claro que los borrones se notaban en las hojas y que los trazos de otras plumas dejaban marcas.
Era todo fluido y simple y sensillo y complicado. Palabras inequívocas que despistaban, ambigüedades permanentes. Mientras la mujer seguía caminando hacia la nada misma. Mientras el hombre caminaba a paso firme con una sabiduría de partes inconclusas. Rompecabezas ella. Partes aseguradas él.
Era como el aire. Era como la simpleza de una voz y lo difícil de las realidades.
Estaba en el aire, flotando, ese presentimiento de nunca y esa utopía de los quizás qué borraban con manos lo que se escribía con ojos de colores ciegos. «No cometas errores, no te pienses que no lo se, que no estoy al tanto». Él era la ilusión. Ella la realidad bajada al mundo.
Cada síntoma es una enfermedad oculta qué se disipa en la niebla y crea mundos paralelos. Cada suspiro es la pérdida. Cada corte es un nuevo molde.
Estaba todo ahí. Con un potencial. Con una duda. Con una seguridad pero estaba todo ahí. Estaba todo armado para que pudiera pero faltaba algo. Nunca supo él qué era. Ella internamente lo sabía pero que mejor que vivir eternamente en la ignorancia.
Maldito el cerebro, maldita la curiosidad, maldita la inteligencia y el querer saber.
Se despidió con un par de palabras duras. Sin saludo sin nada que perder sin preguntar y sin querer averiguar. Se despidió porque para que seguir si algo no funciona. Se despidió y el olvido llegó al instante después. Porque las cosas que no interesan o no tienen peso se olvidan y no guardan lugar.