Estoy suspendida. En una soga cuelga mi cabeza. En otra cuelgan mis piernas y mis brazos. En otra diferente cuelgan mis manos. Estoy suspendida en el aire, en una forma extraña de sueño, un parate de pensamiento y solo dejo que la sangre corra y gotee de la soga.
Gota a gota se va deslizando la tranquilidad y creo que se forma un río debajo del cuello suspendido. Veo como el río se va llenando de color, primero claro y poco a poco cada vez más oscuro. Se vuelve más oscuro volverse imposible.
El río no baja. Sube. Sube despacio, tomándose el tiempo de recorrer lo que socaba a su paso. Puedo ver como se forman líneas onduladas. Puedo ver el horizonte del río rojo. Puedo ver como las ondulaciones parten piedras. Como de hunden las piedras y van desapareciendo.
Quiero ver hacia abajo, quiero ver cómo se va transformando, pero la cabeza no gira.
Estoy suspendida en línea recta mirando al cielo y al horizonte. No puedo ver las alteraciones del río y me enerva.
Estoy suspendida al igual que todas las partes de mi cuerpo.
Sangrando poco a poco.
Estoy suspendida de una soga, agarrada sin manos.
No se cómo llegué a partirme en tantos pedazos.
Estoy suspendida, en un limbo de ausencia.
De a poco el río crece. De a poco sube lo rojo. Sube lo espeso. Sube la sangre. Se supone que mis pies lo tendrían que sentir primero, pero al mismo tiempo, y por partes, el río oscuro me absorbe, me hace dejar de respirar, y al igual que las piedras que va arrasando a su paso, desaparezco.