El amor como cultura del aguante

Vivir en argentina significa tener aguante. Y cuando me refiero a “aguante”, me refiero a lo que otrxs llaman “bancar”.

Lxs argentinxs bancamos absolutamente todo.

Podría escribir miles de ejemplos (siendo uno la política argentina) pero me voy a centrar en un par nomás porque la verdad no tengo ganas que me puteen por mis opiniones políticas.

El “aguante” es esa cultura que resiste lo que sea, que es sinónimo de sufrimiento y paciencia, que tolera cualquier embestida.

El famoso “que aguanta los trapos”, que se fuma cualquier cosa con tal de “bancar la parada”.

En el fútbol, la cultura del aguante dicta que tenemos que bancarnos lo que sea con tal de defender al equipo, en las buenas y en las malas, siempre (debo decir que yo comulgo y profeso esta cultura con mi equipo de fútbol).

También tenemos el aguante en la música, en la cultura, en la literatura; básicamente en cualquier sector de la sociedad con una opinión formada de algo.

Ahora bien, el problema con esta “cultura del aguante” se nos fue un poquito de las manos y nos dijeron que también teníamos que aplicarla a las relaciones familiares, con amistades y en lo que nos vamos a centrar hoy: las relaciones románticas (o sexo-afectivas como esta de moda decir hoy).

Hace un par de generaciones atrás (y porque no, la mía también) nos enseñaron que amar es aguantar. Es estar al lado del otrx sin importar nada. Intentar remarla siempre, aunque las cosas no vayan bien, aunque haya desinterés de alguno de los dos lados, aunque el amor se haya evaporado, aunque haya violencia física o verbal. Hay que aguantar siempre. Hay que aguantar todo.

Las princesas de Disney se aguantaron todo por amor. Ariel (la princesa de La Sirenita) aguantó dejar todo para cumplir con las expectativas del príncipe.

Mi vieja aguantó a un tipo violento para no desarmar la familia.

Y yo. Yo me aguanté estar en una relación con un hombre que no me quería y que me decía que si realmente lo quería “me tenía que bancar todo y esperarlo a que el viera que hacer, porque así le iba a demostrar cariño”.

Soy feminista. Suelo dar buenos consejos, y así y todo caí en la cultura del aguante. Porque eso me mostraron las películas románticas, mi familia y la sociedad. A mi me enseñaron que amar y querer era bancarse todo. Pero lo que no me enseñaron fue que ese aguante trae consecuencias, cosas que al principio pueden ser pequeñas, pero pueden lastimar. Y lastimar muy hondo.

Es quizás gracias al feminismo y a mis amigas que profesan el mismo culto (jeje), que pude ver que algo no estaba bien.

En las idas y venidas de los dos últimos años con este hombre, sufrí desplantes, mentiras, engaños y frases que me rompieron. ¿Este hombre es un ser del mal? Re sí. ¿Solo él tiene la culpa de este ida y vuelta? Re no.

“A vos te dejaría si vuelve mi ex”

“Yo salgo con gordas porque no se quejan y no joden”

“Si me querés de verdad te tenés que bancar todo”

“Y bueno, la culpa es tuya porque te fuiste”

“Nos vamos a ver cuando hable con mi ex, no antes”

Repito: ¿Este hombre es un ser del mal? Re sí. ¿Solo él tiene la culpa de este ida y vuelta? Re no.

Lógicamente yo entendía que lo que me estaba diciendo era una sarta de forradas malaleche (a veces bordeando la locura), pero al mismo tiempo, y no se cómo ni por qué, en alguna parte me parecía también lógico. Me parecía lógico porque en cierto punto el amor es eso. Aguantar, bancársela, ser comprensiva, ser dulce, resistir los “problemas” que podían aparecer.

Pero después en un círculo. Un círculo que jamás termina y va en un loop eterno.

Me daba cuenta que el nivel de malestar subía a un 500%, me alejaba. Él aparecía, me decía que había cambiado, que era diferente, y bleh bleh, me enteraba de que se había mandado una cagada, me enojaba y volvía todo de nuevo.

Mientras lo escribo pienso “¿cómo se puede ser tan pelotuda por el amor a jebus?”. Y después pienso que crecí con ese mandato social que nos cuenta que “el amor vence”. NO, el amor no vence las forradas de un ser choto que lo único que quiere es cagarte la vida y hacerte mal.

Una cien veces le dije que ese tipo de cosas me hacían mal. Y las cien veces me respondió que no se daba cuenta. Una, dos (y como soy muy imbécil hasta tres) no te podés dar cuenta, pero cien veces no. No podés no darte cuenta que la otra persona la esta pasando como el orto. No es normal.

La cultura del aguante en el amor propone “remarla para ver si remonta”. Y así estamos, esperando un milagro que (dale amigue, date cuenta) no va a suceder. Sostenemos vínculos que nos hacen mal, que nos angustian, que nos generan ansiedad, solo por el hecho de imaginar que las cosas pueden cambiar. Spoiler alert: NO VAN A CAMBIAR.

La cultura del aguante promueve dejar tus deseos por los deseos del otrx. Porque ese otrx me pide que espere, que lo banque, que tenga paciencia si de verdad quiero “luchar” por el vínculo. Flacx, esto no es 100% lucha, esta es la realidad, la vida. Los duelos por la virtud se terminaron en el siglo XVIII.

Lo que esx otrx no sabe, es que para poder hacer eso, unx tiene que dejar de lado las emociones, los sentimientos de mierda que rondan todo el tiempo, hasta convertirse en una disminución total de unx mismx, por el bien del otrx.

El amor no es aguante. El amor es compañerismo, compartir, hablar, comunicar; el amor es empático, pregunta, y por sobre todo, el amor respeta los deseos del otrx. En caso de que los deseos sean incompatibles, se busca un medio, porque el amor también es ceder (pero ceder algo que no haga daño), y si no existe el punto de poder ceder, entonces hay que plantearse hasta que punto es amor. El amor no duele. Si duele, no es ahí.

Si para estar con alguien tengo que bancarme cualquier tipo de humillación, entonces dejá, me quedo con el aguante en el fútbol, que por lo menos me da más satisfacción. Bueno, en realidad no porque soy de San Lorenzo. En fin. Se entendió.

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