Me siento en el umbral de casa. El pasillo es largo, como mi espera. Siempre estoy esperando algo, el delivery, una nota, mi familia, una decisión. Siempre es la eterna espera de algo.
Intento acurrucarme un poco. El frío no para, el viento es húmedo y me cala los huesos. Hay un silbido constante de los árboles. Pareciera que tratan de hablar, contarme historias, contarme algo, lo que sea o por ahí es el aburrimiento. No hay abrigo que calme el tiritar del cuerpo.
Son las cinco de la tarde y miro el reloj. Las cinco de la tarde. A esta hora tendría que estar encerrada en mi casa. El sol esta bajando y preferiría estar leyendo a tener que estar esperando.
Se escucha un griterío seguido de una sirena. De a poco el sonido se va acercando. Cada vez un poco más. Y más. Y más. Finalmente pasa por la puerta a toda velocidad esquivando los baches de la calle. O al menos parece intentarlo.
Más griterío a lo lejos. Tendría que pararme para chusmear lo que esta pasando, pero la pereza me es mayor. Ya algún vecino del barrio se va a encargar de contarle a la nona y ella pasara la información un poco aggiornada para que suene más atractiva.
Hay un contraste gigante entre el griterío que no para y el silencio eterno del pasillo. Es algo que hasta se podría dibujar, es tan alarmante que si cierro los ojos, lo veo.
Ruidos de puertas, gente corriendo por el pasillo de al lado. Puertas que se abren y se cierran, fuerte, muy fuerte. Mi mamá diría que quiero dejar la casa sin ventanas.
Ya me esta molestando el lio constante. No puede ser que uno no pueda disfrutar de un momento de paz.
Y ahora los griteríos vienen de al lado. Llanto. Palabras sueltas, mucha angustia y llegó el momento de preocuparme.
Me paro, me abrazo fuerte porque el viento me pega en el cuerpo y trato de hacer fricción con las manos para entrar un poquito en calor. Algo totalmente inútil a esta altura.
De repente Rosa sale de su casa aullando “todos vamos a morir”. Tengo ganas de decirle que es algo absolutamente normal, que, efectivamente, todos vamos a morir. Corre por la calle, en círculos, como un perro tratando de agarrar su cola. Estoy un poco asustada por su salud mental. Rosa no para, esta en un estado de delirio que no puedo procesar. Se para en seco y me mira. “Ana. Ana. Ana. Ana”. Repite mi nombre muchas veces. Ojos desorbitados que parecen mirarme fijamente. No para de decir mi nombre y me preocupo mucho. Por ahí Ramiro le metió una pastilla loca en el agua del mate y piró.
Trato de acercarme despacio. Rosa esta en la mitad de la calle. “Ana. Ana. Ana. Ana”. Se que esta tratando de decirme algo, pero esta trataba. Disco rayado.
Le agarro las manos. Están heladas. Rosa tiene puesta poca ropa. Me abro la campera y la abrazo para darle calor.
“Ana. Se termina Ana. Todos nos vamos a morir”. La miro, trato de que enfoque en mí. Me distraigo con gritos y ruidos de corridas. La miro a los ojos. “Rosa, tranquila”, tato de susurrarle al oído, pero no me escucha.
“Ana. Ana, vamos a dejar de existir. No vamos a ser más. Nunca más”.
Ahora tengo miedo. Miedo por ella. Por su salud mental.
“Rosa ¿murió el protagonista de la novela?”
Me mira y se que no me escucha.
“Ana. Hoy se termina. ¿Qué vamos a hacer? Ana. ¿Qué vas a hacer?”